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Expiación Particular

La cuestión del alcance de la expiación se reduce simplemente a la pregunta: ¿por quién hizo Cristo la expiación? Una forma más sencilla sería: ¿por quién murió Cristo? Podría parecer que la Biblia da una respuesta inequívoca en el sentido de que Cristo murió por toda la humanidad. Porque leemos: «Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino, pero el SEÑOR hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros» (Is. 53:6). Sería fácil argumentar que el significado de «todos» en la última cláusula es tan extensa como la de los que se han descarriado y que han tomado su propio camino. Si es así, la conclusión sería que el Señor cargó sobre su Hijo la iniquidad de todos los seres humanos, y que fue hecho ofrenda por los pecados de todos. Otra vez leemos: «Sin embargo, vemos a Jesús, que fue hecho un poco inferior a los ángeles, coronado de gloria y honra por haber padecido la muerte. Así, por la gracia de Dios, la muerte que él sufrió resulta en beneficio de todos» (Heb. 2:9). Se podría decir que Juan resuelve la cuestión sin dejar dudas cuando dice: «Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados, y no sólo por los nuestros sino por los de todo el mundo» (1 Jn. 2:2).

¿Qué Creemos?

 

La Santa Biblia es nuestra única autoridad absoluta de fe y conducta. Ella es la Palabra infalible e inerrante del Dios único. En ella Dios nos dice todo lo que necesitamos saber para vivir de acuerdo a Su voluntad, por lo que creemos que no hay necesidad de revelaciones adicionales. Por esto creemos que carismáticos como sanidades, milagros, etc, no están vigentes. Su propósito fue confirmar la revelación nueva, perfecta y final que Jesucristo y los apóstoles trajeron, pero cumplido este propósito.

Nuestro esfuerzo esta en explicar, entender, anunciar y practicar todo lo que la Biblia enseña para nuestra creencia y para nuestra conducta ahora en todo. Por lo tanto, nuestros cultos dan prioridad a escuchar lo que Dios nos dice para que de esta manera también le rindamos culto aceptable a Él.

La Biblia, la eterna Palabra de Dios, es lo que nos orienta y nos mueve,  no las experiencias o las emociones independientes de ella. Rechazamos muchas novedades que han entrado en las iglesias en años recientes, porque ellas no tienen apoyo en la Biblia. Es cierto que en muchos casos las enseñanzas de la Biblia son incomprensibles para la mente humana, y a veces parecen contrarias a la lógica y la experiencia humanas. Sin embargo, para todo ser humano la Biblia es la voz de autoridad a la cual tiene que someterse en todo lo que ella dice.

Claro está que queremos interpretar la Biblia con sumo cuidado y no a nuestro capricho. Buscamos interpretarla en armonía con el sentido normal del lenguaje,  con la historia de la Biblia misma, y de acuerdo con la interpretación históricamente aceptada a través de los siglos.

Según la Biblia, la gracia es aquel favor inmerecido que Dios muestra para con pecadores culpables y dignos de condenación por haber desobedecido sus mandamientos. Dios salva a muchos de estos pecadores, dándoles vida espiritual en Cristo. Obviamente Dios no da esta vida a todo el mundo, sino a quienes Él quiere dársela. Leemos en la Biblia estas palabras al respecto: ...no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. (Romanos 9:16).

¡Infinita gracia! La Biblia enseña la total indignidad e incapacidad de todo ser humano en cuanto a todo bien espiritual delante de Dios. La Biblia dice lo siguiente: [Dios] os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados (Efesios 2:1). ¡Dios salva a los pecadores! Los rescata de la condenación y del dominio del mal para que gocen sirviendo a Dios y al prójimo. Dios lo hace por pura gracia, sin ningún mérito o derecho por parte de ellos.

¡A Dios las gracias! Se ve que la Iglesia Cristiana Gracia y Amor no cree en el “libre albedrío” del hombre en cuanto a querer someterse a Dios, pues el hombre por razón de su naturaleza caída, sencillamente no lo tiene. Toda persona humana ahora por naturaleza se ve impedido por su propio pecado para decidir a favor de los valores espirituales cristianos.  Jesucristo dijo: Ninguno puede venir a mí si el Padre que me envió no lo trajere... (Juan 6:44). Somos obligados a buscar a Dios para que Él nos salve, y Él, sí, es el Dios poderoso para salvar (Hebreos 7:25).

Esto sigue del punto anterior, pues si nadie es capaz de salvarse a sí mismo, es obvio que nadie puede hacer nada que merezca la salvación de Dios. El pecador no puede sino recibir de Dios lo que Él da gratuitamente y según su soberana voluntad.

Dios nos manda creer en Cristo Jesús, y por medio de esta fe, Dios nos sella el perdón. El perdón no es por lo que uno hace; no es por algún mérito en uno; no es por una decisión tomada, sino por razón de la obra y los méritos de Jesucristo. Jesucristo, sí, en la cruz, al morir, pagó perfectamente en lugar de su pueblo elegido todo lo que ellos debían.

Ahora, al creer en Él y en su obra en la cruz, los méritos, la justicia, y la redención de Cristo son acreditados a la cuenta del creyente. No es por causa de la fe, sino por medio de la fe, que uno recibe el don de la justicia de Cristo, y con este don, se encuentra absuelto de su culpa ante Dios. Aun el hecho de querer y de poder creer se debe a la obra previa de Dios; la fe es don de Dios. ¡La salvación es de Dios desde el puro comienzo!

Esto sigue del punto anterior, pues, no existe otro Salvador sino solo Él. No hace falta otro. Lo que Él hizo en la cruz fue suficiente, perfecto y eficaz. Pagó todo. Compró todo lo que el pecador necesita. No sólo consiguió el perdón de pecados, sino también toda bendición espiritual. Consiguió a favor de su pueblo el don del Espíritu Santo, y es este Espíritu de Cristo que obra en los pecadores muertos para que vivan espiritualmente y puedan creer en Cristo para ser absueltos de sus pecados.

Cristo no pagó parcialmente, dejando al hombre impotente y condenado que pusiera de su parte. Al pagar todo, todos aquellos por quienes pagó resultan o resultarán vivificados y creyendo en Cristo. Es imposible que alguno por quien Cristo pagó perezca. Dios es justo, y siendo que Cristo cargó con el pecado de su pueblo, ahora Dios en justicia perdonará a todo aquel por quien pagó, llevándolos a creer en Él. Él en la cruz obtuvo la eterna redención. ¡Qué maravilloso Salvador es Jesucristo! No hay necesidad de algún aporte nuestro ni en este momento ni nunca, para nuestra justificación, pues Cristo ya cumplió toda justicia.

Podemos descansar completa y seguramente en su obra perfecta. No hay necesidad de otros mediadores o redentores. Nuestras obras en nada añaden a lo que Cristo logró hace casi 2000 años. El que cree en mí, dijo Cristo, tiene vida eterna. Por supuesto, todos aquellos que por la fe se encuentran en unión con Cristo andan por amor a Cristo en santidad y en la obediencia de buenas obras.

Dios, el Creador, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, es el Dios único. Hace según su voluntad en los cielos y en la tierra. De Él, por Él, y para Él son todas las cosas; a Él sea la gloria por los siglos (Romanos 11:36). Así es que buscamos vivir como debemos vivir, es decir, no para nuestra propia felicidad primero, sino para la honra de Dios en todo.

Lo importante no es nuestra voluntad, sino la venida del Reino de Dios. Debemos andar en sus mandamientos, creer lo que Él nos enseña y amarle con todo el corazón. No buscamos primero ser felices, sino santos, y siendo santos, resultamos felices, porque para esto nos creó Dios. Una sola cosa tiene importancia, y es que Él sea servido según su voluntad revelada en las Escrituras.

El culto a Dios, pues, no es algo para entretenernos en primer lugar, sino algo para honrarle, y debe ser con toda la seriedad que Él exige a la luz de su bondad y majestad. Claro, nos regocijamos en la gloria de Dios, pero nos regocijamos con temblor, ya que Dios tiene, no sólo la primera palabra, sino la última también. El temor de Dios es el principio de la sabiduría.

 

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